Puede que el tiempo borre las heridas, pero no borra las cicatrices.
Llovía. Llovía con una violencia que no había visto desde hace ya muchos años, una que parecía salida de su corazón. Las gotas de lluvia golpeaban el techo de aquella casa con fuerza, como queriendo herirla, atravesarla. Soltó un suspiro y se recostó contra la fría ventana observando como la lluvia resbalaba por el frío cristal, como ocultaba de la vista la oscura calle que se alzaba tras la neblina ocasionada por ella misma, un pasadizo oscuro bajo un manto claro de ferocidad. Un eco de risas llegó a sus oídos mientras ella trataba de frenarlo todo dentro de su cabeza, las voces infantiles cobraron fuerza a medida que el suave resonar de la lluvia golpeando el pavimento gris y muerto se hacía cada vez mas sutil con el paso de los minutos. Una leve brisa pareció golpearle el pálido rostro mientras los primeros niños cruzaban la calle bajo el manto de la llovizna que comenzaba a cesar. Bajó la cabeza permitiendo que el rubio y ondulado cabello cubriera su rostro mientras su mirada azul grisácea se inundaba en lágrimas perladas, un sollozo quedó atrapado en su garganta y sus piernas dejaron de sostenerla. Apoyo sus manos en el suelo y se levantó con esfuerzo, se mordió el labio evitando proferir un grito y en completo silencio abandonó la fría sala de su casa. Miró las escaleras que imponentes en su lugar albergaban los recuerdos de años de travesuras, sus dedos juguetearon con su cabello y con paso dudoso las subió con lentitud.
Miró la tiara que adornaba su rubia cabeza con cierta devoción, había deseado tanto que llegara aquel día… Dio media vuelta y acarició con cariño la tela rosa de su largo vestido de princesa, había esperado tanto por esa noche… La emoción se reflejaba en su rostro mientras terminaba de pasar la barra de labios color rosa brillante por su boca. Una risa tras ella le distrajo.
--Ni con todo el maquillaje del mundo podrás convertirte en una linda princesa – fulminó con la mirada a aquel sonriente rostro que le miraba arrogante con aquellos ojos azul grisáceo tan idénticos a los suyos– Una princesa jamás podría compararse contigo – la sonrisa brilló en su rostro de ocho años mientras su hermano mayor le veía cruzado de brazos en el umbral de la puerta – Esta noche promete ser increíble, un gran Halloween… Estoy seguro – y entonces él también sonrió. Quién le iba a decir que sería la última vez que lo haría.
Atravesó el pasillo con pasos delicados mientras el frío comenzaba a calarle por dentro, los sollozos apagados de su madre surcaron sus oídos mientras atravesaba el pequeño espacio y se dirigía a la última puerta a la derecha, el nombre en letras doradas que se encontraba grabado en la madera de roble fue lo primero que sus ojos captaron, “Gabriel”, sus labios se movieron pero ningún sonido broto de ellos, era sólo una suplica silenciosa, nada más. Dudó por un momento, observando la oscura madera maciza, pero finalmente agarró el pomo y lo giró con suavidad, casi delicadeza. La puerta se abrió sin dificultad alguna, y un olor rancio a estancia cerrada y mohosa salió a recibirla, haciéndole arrugar la nariz. Las cortinas estaban echadas y la habitación quedaba en la penumbra total, pero ella no necesitaba de luz para saber que todo estaba en pulcro orden, con todo colocado perfectamente en su lugar, su madre y ella se habían esmerado porque así fuera, para que estuviera como si Gabriel hubiese estado allí mismo el día anterior, trabajando tranquilamente en sus dibujos, esos que tanto adoraba hacer, y se hubiese levantado un momento para no volver jamás.
El sonido de su hermoso vestido rompiéndose le hizo jadear, la mirada traviesa de Gabriel le hizo salir de la sorpresa y ver como aquel disfraz en el que tanto había trabajado se hacía añicos en segundos. Su hermano rió mientras ella seguía mirándole estupefacta por lo que el acababa de hacer. Su traje, su delicado vestido rosa estaba roto mientras las manos de él sostenían su rota tiara de plástico. Un grito salió de su garganta y él se dio media vuelta con velocidad. Las lágrimas se amontonaron en sus ojos al tiempo que él se dirigía entre risas hacia las escaleras y comenzaba a bajarlas con un velocidad que rallaba lo peligroso. Su madre rió desde la puerta abierta donde los niños pedían dulces y coreaban la canción de “Dulce o Truco”, Ella alzó con fuerza la pequeña sandalia que había estado a punto de ponerse y la lanzó hacia su hermano que trastabilló al evitarla y de pronto todo cesó cuando el cuerpo de su hermano cayó a los pies de su madre con el cabello negro cubriendo sus ojos abiertos pero vacíos de vida.
Alzó con manos temblorosas el bloc de dibujo que antaño había sido de su hermano, acarició la portada negra y verde y la abrió con ternura, lo primero que vio fueron dos siluetas negras que representaban una niña y un niño: él la cargaba sobre sus hombros mientras ella reía y mecía su cabello al aire. De pronto las lágrimas brotaron en cascada de sus ojos, las sonrisas que retrataba el dibujo eran las que años atrás habían surcado su rostro y el de su hermano. Se sentó con lentitud sobre la cama perfectamente hecha y leyó con cuidado la pequeña frase que recitaba “Siempre lo haré, Eli, siempre lo haré”, su hermano la había escrito con su pulcra letra muchos años atrás.
--Hermano - le llamó con suavidad.
--¿Qué sucede, Eli? – la pregunta brotó mientras él seguía mirando su bloc de dibujo.
--Cuando tenga miedo… ¿Tú cuidarás de mí? – preguntó.
--Siempre voy a cuidar de ti, Eli. Después de todo, para eso están los hermanos mayores – la mirada azulada de su hermano se posó en ella mientras sus manos seguían trabajando en su dibujo – Te Quiero, Hermanita – ella sólo asintió y cerró los ojos disfrutando de sentir a su hermano tan cerca. Jamás pensó que se arrepentiría de no haberle dicho que lo quería también.
Siguió pasando las hojas de aquel viejo y amarillento bloc mientras los dibujos de su hermano abrían una nueva herida en su corazón, cerró los ojos y pensó en todo lo que dolía aquel momento, en todo lo que significaba que ese fuera su octavo aniversario, era tan difícil lidiar con ese dolor, con esa carga de haberle perdido. Miró por la ventana a los niños que contentos pedían dulces, todos con sus disfraces y sus sonrisas de alegría, una sonrisa triste apareció en su rostro, todos esos niños felices mientras ella se derrumbaba de nuevo en el dolor. Porque sin duda lo que más le dolía es que pudo haberle dicho tanto a su hermano pero nunca se lo dijo y eso era lo que más pesaba en su corazón, porque él se lo dijo y ella nunca se lo confesó.
(…)
Se que esto se publico hace dos días (cosa que no entiendo el porque)y tuve que retirarlo, asi que les pido disculpas por si les e incomodado.
Espero les agrade este pequeño escrito que hice.
Un beso
Lu
Es muy bonito... pero qué triste T.T
ResponderBorrarQue triste y hermoso:D
ResponderBorrarMe gustó mucho querida lu:D
kisses
Es muy triste, Lu! Muy bonito, pero muy triste. Tengo ganas de leer más cosas tuyas así que sigue escribiendo que yo te seguiré por aquí cerca. Eso sí, la próxima que sea más alegre.
ResponderBorrarBesitos!
Hola, Lu!
ResponderBorrarTu escrito me recordó a un cuento que publicaste el mes pasado, no recuerdo su nombre, pero también trataba sobre dos hermanos separados por la muerte.
Espero que puedas sumarte al ejercicio de Navidad, que ya quiero saber de qué va a tratar.
Muy bueno tu relato!
Beso!
Lu que bonito pero que tremendamente triste. Besos guapa y buen fin de semana
ResponderBorrarMuy interesante la idea que desarrollas. Me gusta. Gracias por compartirlo.
ResponderBorrarSaludos.
precioso, me has atrapado desde el primer momento
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