viernes

Cuento de Terror No. 1

La Mascara de la Muerte Roja
Por Edgar Allan Poe


Hacía mucho tiempo que la Muerte Roja devastaba el país. Ninguna peste había sido hasta entonces tan fatal y espantosa. La sangre era su avatar, y su sello la rojez y el horror de la sangre. Se producían agudos dolores, súbitos vértigos, y después los poros sangraban copiosamente hasta producir la muerte. Las manchas escarlata que aparecían sobre el cuerpo y especialmente en la cara de la víctima eran como el pregón y el entredicho de aquella peste que arrojaba al atacado fuera de toda ayuda humana y de toda atención por parte de sus conciudadanos. El proceso completo del ataque, progreso y final de esta terrible enfermedad, no duraba más de media hora.
Pero el príncipe Próspero era un hombre dichoso, impávido y sagaz. Cuando sus dominios se vieron medio despoblados, él llamó a su compañía a un millar de sanos, fuertes y despreocupados amigos, eligiéndoles entre los caballeros y damas de su corte y retirándose con ellos al refugio, cerrado a cal y canto, de una de sus abadías fortificadas. Esta era una edificación de vasta y magnífica estructura que había sido una creación del gusto un tanto excéntrico, pero suntuoso, del soberano. Estaba rodeada de altivas y fuertes murallas con cien puertas de hierro. Una vez que entraron los cortesanos se soldaron los cerrojos por medio del fuego y el martillo. De este modo no se dejaría medio alguno ni de entrar ni tampoco de salir si algún súbito ataque de desesperación o frenesí impulsaba a alguien a pretender esto último desde el interior. La abadía estaba pródigamente aprovisionada. Con esta precaución, los cortesanos podían desafiar al contagio... ¡Que el mundo exterior se las arreglase como pudiera!... En tanto era una tontería el preocuparse o el pensar en aquella calamidad. El príncipe se había ocupado de reunir en su interior todos los medios y artificios de diversiones y placeres. Había bufones, juglares, bailarines, músicos... Se daban cita, dentro de aquellos muros, la belleza y el vino. La seguridad imperaba en el interior. Fuera, reinaba la Muerte Roja.

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