Luna de Plata
Por Karol Scandiu
En una pequeño pueblo, cuyo nombre quedó en el olvido, se dice que un hombre, padre de familia y cazador, decidió que nadie le echaría de sus tierras. Fuera humano, o fuera bestia, aquél era su hogar y el de su familia, y nadie se lo arrebataría.En el aquel olvidado lugar, las noches de luna llena habían dejado de ser una visión para los enamorados, o una luz para los amantes de los paseos nocturnos. Las noches de luna, se habían vuelto pesadillas sangrientas y horrendas, en donde, el que se atrevía a abandonar su resguardo durante las horas que duraba la oscuridad, nunca regresaba.
Cuando tan solo quedaban unos pocos viviendo en los alrededores, el valiente cazador que respondía al nombre de Francis, envió a su familia a la ciudad junto a los demás parientes. Durante los tres ciclos lunares había estado preparándolo todo; trampas y armas listas para la noche del mes que todos tanto temían.
Se despidió con un beso en la frente a sus dos pequeños varones, y lo mismo a la joven ya casi adulta en la que se había convertido su hija primogénita. Besó con afán a su esposa en los labios, a sabiendas de que, seguramente, esta fuera la ultima vez que probaría la miel del amor de su vida.
En cuanto estuvieron subidos en la carroza, con un cachete anunció al alazán que se pusiera en marcha, mientras los pequeños con ojos vidriosos y gritos distantes, se asomaban por la pequeña ventana trasera del carro, desde donde con las manos se despedían de su padre.
Aquel día mató a la liebre mas gorda y fuerte, la que reservaban para la cena de navidad. La coció lentamente en la lumbre, inspirando una y otra vez con fuerza el aroma de su hogar, de la comida que tanto le gustaba a los suyos.
Cenó como un señor feudal, mientras bebía una taza de vino caliente y observaba la noche caer.
Cuando la luna se vio en lo más alto del cielo, el hombre calzó sus gruesas botas de cuero negra, se puso su gabardina, enfundó la navaja en el cinturón de cuero marrón que había heredado de su padre, y con la escopeta cargada a sus espalda, salió al porche de su casa a observar como las nubes se alejaban despacio, hasta dejar al descubierto en su magnitud el astro plateado y brillante.
Cerró los ojos captando el aroma de los pinos y abedules, y como sonido de fondo, el grotesco aullido dejó claro que la noche ahora pertenecía a la bestia.
Con sigilo y agilidad se adentró en el bosque, sabiendo donde dirigirse en cuanto que los animales empezaron a cruzarse en su camino yendo en dirección contraria. Los ojos asustados de los ciervos, las miradas amedrantadas de los conejos, dejaba claro que había tomado el rumbo cierto.
Se detuvo al oír el crujir de las ramas a sus espaldas. Respiró hondo mientras con cautela deslizaba la escopeta por su brazo hasta tenerla empuñada.
El bufido delató a su acompañante. Girándose sobre sus talones, el aroma a sangre y carne se iba haciendo mas poderoso, hasta que al fin, las dos zafiras y grandes retinas le observaban desde la oscuridad entre los arboles.
Engatilló el arma, mientras el animal rasgueaba el suelo con sus cuartos delanteros. No podía verlo, tan solo el brillo de sus ojos inhumanos. Dio un paso hacia la derecha, allí había puesto una trampa. Si conseguía atraer a la bestia, se caería justo donde tenía planeado.
El cuadrúpedo observaba hambriento al hombre. Sus movimientos delataban una seguridad que desconocía. No era como sus demás presas; no corría o gritaba, parecía desafiarle con la mirada, y eso hacía que se enfureciera aun mas.
Avanzó un poco en cuanto el hombre se detuvo. En las inmediaciones el sonido que algún animal les distrajo, y aprovechándose del descuido, con un impulso feroz, se lanzó sobre su victima.
El cazador tan alcanzó a ver como la sombra le cubría, y luego el peso sobre su cuerpo que les lanzó a ambos hacia la trampa que él mismo había preparado.
Tardó unos segundos en reaccionar. Avistó el arma en el suelo, y alzó el brazo para cogerla, pero la gran y velluda garra se lo impidió.
Recorrió con la mirada la larga y gruesa extremidad, hasta alcanzar el pecho y acto seguido el rostro perruno del mayor lobo que hubiese visto jamás. En sus años de cacería, que eran muchos, había alardeado de hacerse con presas de tallas increíbles, pero aquel animal... nunca había visto algo igual.
El ser acercó su cánido y enorme hocico a Franciss, mientras ese no movía ni un musculo. Olfateó, exhalando el aire caliento y hediondo en su rostro, haciendo moverse los finos hilos de su dorado pelo que se le habían pegado a la frente.
Levantando la gigantesca cabeza aulló, mientras con la otra garra hacia que el hombre saliese disparado hasta chocar contra la pared de tierra.
Aturdido vio como la bestia caminaba hacia él. Se arrastró de manera inútil, intentando así alcanzar su arma una vez más, viéndose interrumpido por el choque sonoro de las pezuñas del animal, que con una movimiento brusco, volvía a hacer que se cayera, rasgando la chaqueta de cuero negra como si fuera un trozo de papel.
La bestia se hallaba atrapada. Enfurecida y hambrienta, mientras aquél hombre parecía no temerlo en absoluto.
Se alejó un poco, observando todos los ángulos por los cuales poder dar el golpe fatal y así saciar su hambre. Su olfato le permitía estar seguro que no había temor en el cazador, sus oídos captaban hasta el mas ínfimo latido del corazón de su presa, pero este no palpitaba tomado por el miedo, sino por la excitación, la misma que hacía que por sus venas animales la ira recorriera cada vez más deprisa.
Se posicionó sobre sus cuartos traseros, dando así el ultimo impulso para llegar directamente al cuello y terminar de una vez por todas con la vida de su adversario.
El cazador se levantó con dificultad, hincado dedos y uñas en el barro húmedo y lleno de piedras, viendo como el gran animal se posicionaba para su ataque mortal.
Observó una vez mas el arma, pero ya no podía alcanzarla. Se llevó la mano al cinturón en donde la navaja estaba guardada. Con un gruñido aberrante el animal avisó de su ataque, y con una velocidad sin par, se abalanzó sobre el blanco de su ira, cayendo los dos, el ser sobre el hombre, quedándose así mientras los sonidos de los gritos y rugidos se podían oír a millas.
Franciss sintió empaparse su mano, la sangre caliente y espesa brotaba con rapidez, y los espasmos sobre su cuerpo le ahogaban. El rostro de su prole le vino a la mente; las risas infantiles al rededor del fuego mientras su adorada esposa preparaba el desayuno. Las carreras por el bosque en días de verano, y el sonido de la lluvia sobre el tejado de su hogar mientras en su lecho observaba dormir a su mujer. Sacó fuerzas de donde no las tenía, y con brazos y piernas, empujó a la descomunal fiera, hasta que esta se cayó a su lado.
Miró sus manos empapadas por la sangre, y girándose sobre su dolorido cuerpo, se quedó frente a frente con la malherida bestia que yacía sobre su costado.
Se arrodilló ante el animal, retirando de un solo movimiento la hoja que había podido estocar.
Observó con cuidado los ojos ahora mortecinos de aquel ser, mientras este jadeaba con dificultad, haciendo inflarse la prominente caja torácica, como si un gran globo de aire estuviese a punto de explotar.
Con un ultimo golpe, clavó el frío acero en la yugular de la bestia, oyendo el ultimo alarido y bufido de esta.
Había vencido, había matado el monstruo que tantas vidas había quitado. Se cayó sobre su propio peso ante el cansancio y el dolor que de pronto se adueñó de su pecho. Tumbado sobre el suelo, arqueó el rostro, apartando con cuidado la poca tela de la camisa que le quedaba, dejando al descubierto la profunda y sangrante herida que desgarraba su piel y carne, desde el hombro hasta el centro de su pecho.
Su respiración fue haciéndose cada vez más débil. Los sonidos fueron quedando lejanos, los olores desapareciendo, haciendo que lo último que viera, fuese la imponente luna de plata que alumbraba sobre la que ahora era la tumba de ambos.
Se dejó vencer, perdiéndose entre los ojos café de su amada, la sonrisa brillante de su hija, y los gritos y carreras de su dos chicos mientras jugaban a bandidos y policías.
Cuando la calidez del sol ya hiriendo sus resecos labios le despertó, por unos instantes no sabía donde estaba. Intentó estirar los brazos, pero el dolor punzante en su pecho se lo impidió. Acordándose entonces de lo ocurrido, se sentó con tanta rapidez que su cabeza pareció a punto de estallar. Cerró los ojos con fuerza, controlando las punzadas en las sienes, y abriendo los parpados despacio, giró el rostro para ver así, la imagen que se quedaría grabadas en sus retinas para toda la vida; En el suelo, inerte y sin vida sobre un gran charco de sangre ya seca y adherida a la tierra, un joven totalmente desnudo ocupaba el sitio que antes había pertenecido a la bestia que el había matado.
Se frotó los ojos con incredulidad y horror. Vio la herida sobre el abdomen blanquecino del muchacho y la incisión fatal sobre el cuello de este. No podía ser un hombre. No. Había matado a una bestia, un monstruo lobuno y sanguinario, no a un muchacho que tenía edad para ser su hijo.
Entre el desespero y el dolor, se incorporó despacio, dispuesto a salir del agujero, notando entonces como a cada minuto el dolor en su cuerpo iba disminuyendo. Quitando del todo las hebras de tela de lo que antes había sido su camisa, vio como la llaga infligida por el animal ahora tan solo era una grotesca y nívea cicatriz. Deslizando con la espalda pegada a la pared hasta encontrarse sentado al suelo, hundió el rostro en las manos manchadas en la sangre seca, mientras su mente intentaba procesar todo lo ocurrido.
Tomando una gran bocanada de aliento, Francis escaló con facilidad la trampa. Enfundando la daga en su viejo cinturón, emprendió a paso decido el camino que guiaba bosque adentro, hacia ningún lugar.
Se dice que desde entonces, en aquel lugar olvidad, ya no hubo más muertes. Pero que hasta hoy, en el último día del cuarto ciclo lunar, se pueden oír los aullidos lejanos y llenos de dolor hacia la luna de plata.
Fin
Calificación de HEB: 9.8
Promedio de los Jueces: 9.0
El cuento de Karol sí lo conocía, es muy bueno.
ResponderBorrarYa habia leido el relato de Karol en su pagina y me gusto bastante.
ResponderBorrarSaludos.