Julian
Mi mejor amigo se llamaba Julian.
Julian llegó a mi vida gracias a un traslado por trabajo de su padre. Su familia compró una casa a pocas casas de la mía, en un barrio donde la mayoría de las familias eran parejas de ancianos cuyos hijos ya habían comenzado sus propias vidas en otro lugar.
Nuestra amistad comenzó como todas las amistades comienzan a la edad de 7 años: Ambos jugábamos en la placita cercana a nuestras casas; ambos queríamos el último columpio desocupado; ambos quisimos jugar a escalar el árbol; ambos pensamos que hacer una carrera de velocidad desde el sube-y-baja al tobogán era una buena idea. Pero, lo que me parece consolidó realmente nuestra amistad, fue el hecho de que me hiciera poseedora de la peladura de rodilla más grande en la historia al caer sobre el sector pavimentado, y que no hubiese llorado al levantarme.
Recuerdo que Julian dijo que el no llorar había sido tan valiente por mi parte que me dejaba al nivel de un chico. Así que desde allí fuimos inseparables. Una chica a la que sus padres insistían en vestir de rosa, aún cuando ella solo quería ponerse una camiseta de futbol y dar chutes con el balón contra la pared no puede dejar pasar un cumplido como ese, ¿verdad?
Para nuestra suerte –y la miseria de los demás- nos tocó ser compañeros de curso al regresar de las vacaciones de verano.
Ese año nos encargamos de orquestar las mejores travesuras de la clase. Teníamos competencia, claro está, pero Julian y yo siempre estábamos dispuestos a innovar e ir “más allá”, tan allá como los límites de la escuela nos permitieran. Por eso un día convertimos el estrecho pasillo entre la sala de profesores, la Dirección y algunas salas de clase, en un “pequeño granero” lleno de perros con cuernitos de cabra, colitas de cerdo, alas de gallina sujetas con elástico… en fin. Animales de granja que ladraban y marcaban, levantando la pata, cada esquina que sus hocicos olfateaban. Un verdadero espectáculo que observar. El director estaba realmente feliz ese día. Y para qué hablar de nuestros padres. Menos del castigo que recibimos una vez que nos enviaron a casa.
Unos cuantos años más pasaron antes de que dejáramos el vandalismo infantil para incursionar en otro nuevo mundo de posibilidades.
Ya saben. La edad en que comienzas a escuchar los discursos acerca de las abejas y las flores. Frases como ¿“las decisiones viene acompañadas de grandes consecuencias”?
La adolescencia misma en su momento cúspide.
Pues bien.
Allí estábamos Julian y yo con nuestros propios líos y hormonas con que lidiar a la tierna –o ya no tan tierna- edad de 16. Y allí comenzaron los problemas también.
¿Por qué será que la novia de tu mejor amigo nunca te parece ser lo suficientemente buena para él?
Siempre les encontraba algún defecto: O la chica era demasiado superficial, o demasiado seria. Hablaba muy rápido o escupía al hablar.
Hubo veces en las que pensé que él las escogía a propósito. Con la única finalidad de mortificarme y hacerme enfadar. Cuando yo le daba los motivos por los que pensaba que él debía de terminar con ella, Julian simplemente se me quedaba viendo. Luego sonreía y meneaba la cabeza. Unos días después las dejaba y hasta allí llegaban nuestras peleas. Bueno, acababan y volvían a comenzar cuando Julian aparecía con otra novia que, generalmente, resultaba ser peor que la anterior.
Y sé que ahora ustedes se preguntarán. Y sí. Sé que se preguntaran: ¿A qué hora se dio cuenta esta chica que estaba enamorada de Julian?
La respuesta es: un año y medio después. Cuando mi valiente amigo tocó la puerta de mi casa una noche en vacaciones de invierno, con un estúpido gorro que yo le había regalado para su cumpleaños en la cabeza y unos mitones aún más estúpidos en las manos. Tenía intenciones de comenzar a burlarme de él, pero no tuve tiempo de hacerlo.
Me quedé de piedra cuando me besó.
De primera pensé que era culpa del frio que se colaba por la puerta y que de alguna manera me había entrado agua en el cerebro. Lo que de seguro era la causa de estar imaginando cosas, por supuesto.
Luego me di cuenta de que mis manos extrañamente estaban sujetando su chaqueta y que en realidad no estaba alucinando.
Un segundo después pude procesar el hecho que ese beso era el mejor beso que había recibido en mi vida hasta el momento. Y junto con ese pensamiento vino un sentimiento de felicidad y tranquilidad que no había experimentado antes.
Me estaba besando en la entrada de mi casa con Julian, mi mejor amigo, y no se sentía para nada incorrecto. Al contrario. Se sentía correcto. Verdadero. Perfecto.
Julian se separó de mí. Sonrió muy tranquilo, como si nada hubiese ocurrido. Me dio un beso en la mejilla y se fue caminando calle abajo hacia su casa mientras yo permanecía allí, con la puerta abierta, en pleno y frio invierno, sintiendo como mis labios hormigueaban de una manera maravillosa.
Hoy tengo 18 años.
Estoy a pocos meses de entrar en la universidad y tengo un novio tan estupendo que no le importa esperar aquí a mi lado mientras escribo esto.
¿Verdad que no te importa? (Lo escribo aquí porque sé que estás leyendo mientras escribo, Julian. No. No pongas esa cara de “¿Qué?” porque ya te conozco desde hace más años de los que puedo contar con los dedos de las manos, y puedo sentir como espías a mi espalda. Así que sé que estas poniendo esa cara de “¿Qué?” en plan “soy tan inocente como el conejito mascota de la guardería”)
Bien. Como iba diciendo…
Tengo un gran novio y un futuro prometedor. El verano ya se acerca y tengo planes.
Ok, ok. Tenemos planes (Corrijo, porque Julian me ha mirado mal por lo anterior.)
Qué puedo decir…
Estoy enamorada de un chico divertido y dulce. Del chico que estuvo el día en que me llegó el periodo por primera vez, y en vez de salir huyendo o poner cara de asco, decidió ser fuerte y acompañarme a la enfermería para conseguir una toallita; Del chico que sujetó con fuerza mi mano cuando enterraron a mi abuelo y me abrazó cuando aún seguía llorando días después; Enamorada de un chico que me compró un helado un día caluroso, que se comió un pastel de barro para hacerme reír, que me sacó una pestaña para que pidiese tres deseos.
Enamorada de quien me quiere por quién soy y no por quien quiero ser; de quien se queda en mis peores momentos y sigue queriéndome.
Lo amo porque todo es mejor cuando lo tengo a mi lado. Lo amo, y soy feliz amándolo.
(...)
Por Alena.
Es un relato precioso, muy tierno y bien escrito, aunque reconozco que casi me da algo cuando dice que está a su lado mientras escribe. No pude evitar acordarme de la historia romántica escrita por Quiroga, "La meningitis y su sombra".
ResponderBorrarMucha suerte, Alena!!
Lo que mas me gusto de este relato, es que es basada en hechos reales, muy bello y lindo el realto...(L)
ResponderBorrarsuerte:)
Simplemente me encanta ^^
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